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sábado, 18 de junio de 2016

Familia. Hermana. Hijos.

Nacemos siendo inconscientes de que nos iremos.

Primero formaremos parte de una familia; mamá, papá, tal vez algún hermano o hermana, puede que alguna mascota, abuelos, tíos, primos…  Durante unos años, ellos son el núcleo de nuestra vida, crecemos junto a ellos y en ningún momento pensamos que algún día dejaremos el nido, maduraremos y no iremos…

Nacemos con las alas escondidas y poco a poco nos preparamos para la gran partida.

Y ahí vivías tú, en mitad de la loca vorágine de los muchos en la casa, hermanos y más hermanos, tu madre, tu padre y luego estaba, tu querida hermana; inseparables, complementarias, compañeras de secretos y cómplices de travesuras. Juntas pasasteis por grandes momentos que marcaron vuestra vida, vuestra historia; y pese a que os llevabais unos años, hasta vuestro cumpleaños se volvían especiales, pues una cumplía los años un día antes que la otra. Y según crecíais tú no te dabas cuenta de que algún día os separaríais. Una de las dos dejaría la casa de vuestra familia, una de las dos se casaría y contradictoriamente pasaría a vivir en otra casa, que a partir del momento de pisarla pasaría a ser llamada “mi casa” y esa, la  casa que tantos años habías creído tuya pasaría de un día para otro a llamarse “la casa de mis padres”.

Todo se trata de un juego de palabras no meditado, sin libro de instrucciones ni planteamiento preparativo. Una variante de posesividad, una cambiante de familiaridad.

Entonces esa, tu nueva familia, comienza a crecer, un niño llega primero y unos años más tarde el segundo. Tu familia ya está completa; marido y dos hijos ¿qué mas podías pedir? Eso sin hablar de que a lo de “crecer de la familia” también nos referimos a la parte de la familia de tu marido más las parejas de tus propios hermanos y hermana. De repente tu familia se triplica. Las navidades siempre resultan ser algo complicadas, pues antes de vivir en esta, tu nueva casa y tener tu nueva familia, solías pasar los días festivos con tus padres y hermanos pero ahora hay que decidir con quién celebrarlos…

¿Y tu hermana? Sigue estando cerca tuya. Es verdad que ya no os veis todos los días ni podéis comentar vuestro día tumbadas boca arriba en la misma cama antes de iros a dormir; pero aunque no podáis hacer eso, ambas sois conscientes de que siempre estaréis ahí la una para la otra. Por lo que tú sigues felizmente con tu vida; cuidando a tus hijos, ayudándoles a valerse por si mismos, enseñándoles lo importante de la vida… y mientras haces todo eso, la inconsciencia se vuelve a apoderar de ti. Muy en el fondo de tus pensamientos sabes que al igual que tú te fuiste en su día de aquella, la que era tu casa; ellos también se irán. Pero por muchos años que pasen, ese momento lo sigues viendo lejano y quedas envuelta en una burbuja de irrealidad hasta que un día, esa burbuja se explota sin previo aviso y te das cuenta de que tus niños, tus bebés, no son tan niños, sino que han crecido y se han convertido en unos hombre hechos y derechos, unos hombres que poco a poco van desenfundando sus alas, las van estirando y una vez que tienes la ventana abierta, salen volando por ella.

Ahora estás tú, y tu eterno marido. Tú en tu casa, con tu hermana al teléfono pegada. Tú y tus hijos formando una familia nueva en una nueva casa, una casa que ahora es de ellos. Y sin darte cuenta el tiempo pasa y de repente un día, otra noticia nueva aparece en tu vida: vas a ser abuela.

Y el ciclo sigue.

Y la vida se repite.

Naciendo para volar.

Volando para crecer.

Y volver a comenzar.


Dedicado a Mari,

esa abuela en breves momentos.

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