Perdonar mi tardanza pero
ha sido cosa de las circunstancias. Esas circunstancias cambiantes y delirantes
que te hacen estar hoy aquí y mañana… quién sabe. Circunstancias que van y
circunstancias que vienen, te envuelven, te cambian y a veces te dominan
llegándote a controlar hasta que te das cuenta y dices – ¡Ey para! Que no era
esto lo que yo buscaba. ¿Dónde se han quedado mis momentos y lugares, donde se
escondieron mis caprichos y habilidades? ¿Dónde? ¿Dónde están mis viejos cuadernos
escritos, mis hobbies y mi reloj del no-tiempo escondidos? Esas cosas que me
gustaba hacer, como oler las rosas amarillas, meter el dedo en la mantequilla y
mandar cartas llenas de poesía.-
Cartas. De cartas va la
vida, cartas escritas por circunstancias vividas. Me gustaría tener una paloma
y hacerla volar con mi carta atada a su patita. Hacerla volar y yo, volar con
ella, una pequeña parte de mi iría en ella, lejos, o tal vez cerca, dependiendo
del destino al que el propietario de la carta pertenezca. La gente ya no
escribe cartas de verdad, de esas de papel, boli y silencio en el que pensar.
Porque ahora mismo, es verdad que estoy callada, pero mis dedos saltan de tecla
en tecla como piojos hacen de cabeza en cabeza, y al mis dedos saltar un sonido
artificial dejan bajo sus huellas, clic, clac, clic, clac… el teclear de mis
letras. Pero es verdad que así es como vosotros, “leyentes”, podéis acceder a
mis cartas de una manera rápida. Aunque… calculando la tardanza de esta carta…
os he de obligar a pensar que fue mandada atada en la pata de una paloma
blanca, una paloma blanca que se perdió en su travesía y de ahí el problema de
esta carta tan tardía. Pues pese a que las cartas van y vienen y el cartero se
encarga de su recogida y su entrega final, nunca seremos conocedores del viaje
y las aventuras que las cartas experimentan, pues nadie nunca nos las ha
contado o me atrevería a decir que poca gente se ha parado a pensar en ellas;
pobres cartas viajeras… De Perú a Bratislava, de Suiza a Sudáfrica, de Madrid a
Valencia o de Marruecos a Inglaterra. Aviones que van, barcos que llegan,
cartas que viajan e incluso se marean. Algunas cartas, cartas perdidas, son las
más anheladas y sin embargo las cartas inesperadas, las más ilusionadas. Cartas
de amor, de melancolía o de despedida. Cartas escritas con distintas caligrafías, distintos
colores o distintas melodías. Cartas que se acompañan de una circunstancia por
la que fueron escritas, a veces se trata de una circunstancia especial, otras,
obligada, esas cartas impuestas... Quién no se conmociona o emociona al recibir
una carta. Y no me refiero a cartas de la luz, el gas o el agua, esas cartas,
cartas falsas, son de las obligadas, obligadas a decir cuánto gastaste este mes
y cuanto el mes que vienen tendrás que pagar de más; cartas no escritas sino
prescritas.
Pero de lo que nosotros hablamos es de cartas de verdad. Y
como iba diciendo, las circunstancias hicieron que mi carta, esta carta, tú
carta, se retrasara; que mi paloma blanca se perdiera en la profundidades de un
reloj de arena, un desierto, un oasis, una pradera. Viajó por todo el mundo
batiendo sus alas, esquivando las nubes y las balas. Estuvo en la jungla de
Cristal, en el Amazonas y en las Pirámides de Teotihuacán. Se baño en el mar
Muerto y se posó en la mano de la Estatua de la Libertad. Se paró a descansar
en una cafetería de la Venecia antigua. Se entretuvo con los niños y con las
hojas de los arboles que comenzaban a caer. Se hizo a la mar amarrada al mástil
de un barco pirata y durmió en la Sabana, sobre la cabeza de una alta jirafa. Y
al día siguiente, por fin, decidió
llegar, tras un último batir de sus alas la carta consiguió entregar. Y aquí
está.
No os puedo pedir que
os creáis el viaje que mi carta hizo, pero…. ¿Quién lo iba a desmentir? Solo os
digo que todo eso pasó y de ahí a que la carta, tuviera que llegar hoy. Pensad
que estuvo viajando por todo el planeta, atada a la patita de una blanca
paloma, una paloma que decidió cambiar sus circunstancias y viajar, una paloma
que le dio a sus alas el placer de
volar.
Y ahora, siéntate en una mesa, coge un papel o una servilleta,
un boli, pluma o lapicero y ponte a escribir, aunque sea sobre la vida de un
cenicero. No pasa nada si tu carta llega tarde, sólo pensaré que las
circunstancias la embarcaron en un largo viaje.