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domingo, 4 de febrero de 2018

El viaje


Desde aquí lo único que puedo ver son los tejados…

¿Acaso no te parecen bonitos? Espera, espera, no digas nada y obsérvalos por un momento. Todos esos tejados curvados, unos altos y otros bajos; la mayoría anaranjados pero si te fijas bien podrás ver algunos abovedados e iluminados por el reflejo del sol.

 Pero… yo no los veo anaranjados ni abov…

Calla, no digas nada… ¡Claro que lo son! ¿es que no lo ves? Tan solo observa con tu mirada y descubrirás la belleza de los tejados de Estambul. ¿Ves allí a lo lejos? Ese es mi “tejado” favorito, esa gran cúpula azul con pequeñas bóvedas alrededor, vigiladas y protegidas por sus guardianes, esos minaretes altos y puntiagudos ¿Ves todo lo que te digo? Allí, a la distancia.

¡Ah, sí! Ya lo veo. 

Pues esa es la llamada Mezquita Azul. Es preciosa ¿verdad?

Sí lo es sí. ¿No podríamos acercarnos hasta allí para verla mejor?

Sí, ya desempaquetaremos las maletas más tarde y no hace falta que nos cambiemos, tú con esa blusa de lunares vas la mar de guapa. 

¿Tú crees?

Desde luego. Y estoy pensando que según nos dirigimos hacia allí pasaremos por el Gran Bazar, donde las horas se nos irán de las manos sin darnos cuenta, es como si dentro del bazar hubiera una magia especial, un olor particular. Yo creo que es culpa de todas las especias que tienen, junto con el olor del cuero que rodea el ambiente; ambos aromas te embriagan y hacen que deambules por ese laberíntico mercado lleno de maravillas turcas; lámparas de mil colores, alfombras de Aladdin, zapatillas puntiagudas, telas, velas y las famosas delicias turcas. Todo lleno de colores, todo lleno de texturas y perfumes. Y no te asustes si de vez en cuando escuchas la característica llamada a la oración que avisa a las personas de religión que es la hora de ir a la mezquita.

 Veo que te conoces bien la ciudad.

Sí, estuve viviendo allí por un tiempo; cuando era más joven. Unos cinco años antes de que nos conociéramos.


El sonido de alguien llamando a la puerta les interrumpe la conversación.

-  ¡Se me había olvidado! En este fabuloso hotel te regalan una cena de bienvenida. – dijo a la vez que miraba su reloj. – Veamos que nos traen.

Entretanto una amable mujer entra a la habitación con una bandeja de humeante comida.

 Si te soy sincera, no tengo mucha hambre.

Mejor será que comas algo, necesitas energías para recorrer la magia de Estambul.

A si… claro… lo había olvidado; Estambul…

 Mira que pinta tiene este pollo con miel y de postre te han traído baklava. No te podrás quejar…

Ella no tuvo por menos que sonreír a la vez que se sentaba a degustar su cena de bienvenida turca.

 La verdad que sí que estaba rica la cena, mejor de lo que me esperaba. – dijo a la vez que un bostezo de asomaba por la comisura de sus labios. 

 Bueno, creo que debería irme y tú tienes que descansar.

Sí, estoy algo cansada la verdad.

-   ¿Quieres que te ayude a meterte en la cama?

No, no te preocupes, me voy a quedar un rato más aquí sentada; mirando por la ventana y observando esa Mezquita Azul de la que tú hablas.

 Está bien, mañana nos vemos, descansa. – Le dijo a la vez que le daba un tierno beso en la frente.

 ¡Oye! – dijo ella justo antes de que desapareciera por la puerta. - ¿Me llevarás algún día a Estambul? Me refiero… de verdad.

Sí cariño, no te preocupes, ese será nuestro primer viaje cuando te den el alta. – le contestó con una sonrisa.

Y ahí se quedó, mirando por la ventana con su pijama de lunares. Una ventana por la que tan sólo podía ver los viejos y grises tejados del hospital. Se quedó mirando y diciéndose a sí misma que pronto descubriría esa ciudad desconocida. 

A la mañana siguiente, al despertarse, encontró un sobre en la mesilla, un sobre que contenía dos vuelos para Estambul para dentro de unos largos meses. Sonrió a la vez que una lágrima le resbalaba por la mejilla de la emoción. “De aquí a nada terminará este viaje personal que comencé ayer y en poco tiempo estaré más que recuperada. Entonces, otro viaje comenzará, destino: Estambul, y podré adentrarme en los olores y la magia de esa ciudad. Gracias...” se habló a sí misma. Y se volvió a quedar dormida con los billetes fuertemente agarrados con las dos manos. Y soñó, soñó que caminaba por el Gran Bazar con una camisa de lunares rojos y de frente, se encontraba con la inmensa belleza de la Mezquita Azul.




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